Vivimos en una era donde el poder ya no se mide solo en territorios o recursos naturales, sino en datos y tecnología. El colonialismo digital es el nuevo rostro de esta dominación: grandes corporaciones tecnológicas imponen sus reglas, recopilan información personal a gran escala y crean dependencias tecnológicas en países con menos infraestructura digital. Este fenómeno no solo perpetúa desigualdades, sino que también pone en riesgo la soberanía tecnológica y la privacidad de millones de personas en el mundo.
Uno de los casos más recientes y controvertidos de colonialismo digital es Worldcoin, una iniciativa fundada por Sam Altman (CEO de OpenAI). La premisa es simple, pero alarmante: escanear el iris de las personas a cambio de criptomonedas, con la promesa de crear una identidad digital única y universal.
En teoría, la idea suena innovadora, pero en la práctica ha despertado preocupaciones en múltiples frentes. En Chile, por ejemplo, Worldcoin desplegó una campaña agresiva en 2021, ofreciendo dinero a cambio de datos biométricos. Se estima que más de 200,000 personas, muchas en situaciones económicas precarias, entregaron su información sin comprender completamente los términos y riesgos. Un informe de la ONG Amaranta reveló que hubo casos de menores de edad que participaron, y que muchas mujeres en vulnerabilidad accedieron al escaneo sin tener claro el uso que se daría a sus datos.
La situación no fue exclusiva de Chile. En Kenia, Argentina, Portugal y España, las autoridades han tomado medidas contra la empresa, prohibiendo la recolección de datos o exigiendo la eliminación de la información ya almacenada. En España, la Agencia de Protección de Datos ordenó detener inmediatamente el escaneo de iris, argumentando que la práctica viola la legislación de privacidad y consentimiento informado.
Si Worldcoin representa el colonialismo digital a través de la extracción de datos biométricos, la inteligencia artificial (IA) es la herramienta que expande este fenómeno de forma más sutil pero igualmente preocupante.
La IA aprende de los datos con los que es entrenada, y estos datos provienen en su mayoría de países desarrollados, lo que introduce un sesgo cultural, social y económico en sus respuestas y decisiones. Por ejemplo, modelos de IA como GPT-4 o Gemini han sido entrenados principalmente con contenido en inglés y con datos provenientes de Occidente, lo que significa que:
El desarrollo de IA está en manos de unas pocas empresas (OpenAI, Google DeepMind, Microsoft, Meta), que tienen la infraestructura, los datos y la capacidad computacional para entrenar modelos avanzados. Esto genera una dependencia global hacia estas compañías, ya que:
Un caso concreto es el acceso limitado de países en desarrollo a modelos avanzados de IA como GPT-4 Turbo o Gemini Ultra, que requieren suscripciones pagadas y pueden no estar optimizados para entender los contextos específicos de estos países.
El desarrollo de inteligencia artificial no ocurre en el vacío. Para entrenar modelos, se necesita una gran cantidad de datos etiquetados y moderados manualmente, lo que ha llevado a la explotación de trabajadores en países del Sur Global.
Un ejemplo es el caso de Kenya, donde empresas subcontratadas por OpenAI pagaban a trabajadores menos de $2 por hora para moderar contenido tóxico y entrenar modelos de IA. Estos empleados debían revisar miles de textos violentos o de explotación infantil para ayudar a "limpiar" los datos con los que se entrenaba ChatGPT, lo que afectó su salud mental.
La paradoja aquí es que la IA, una tecnología vista como sinónimo de "automatización", en realidad depende de miles de trabajadores mal pagados en condiciones precarias.
El colonialismo digital no se trata solo de acceso desigual a la tecnología, sino de la explotación de comunidades vulnerables bajo la promesa de innovación y progreso. Tanto Worldcoin como la inteligencia artificial reflejan cómo las grandes corporaciones extraen datos, consolidan su control y generan dependencia tecnológica, replicando las dinámicas del colonialismo tradicional.
Los paralelismos con el colonialismo histórico son evidentes:
Para evitar caer en estas nuevas formas de explotación, es clave:
El colonialismo digital es real y ya está sucediendo. La pregunta es: ¿permitiremos que se expanda sin límites, o tomaremos medidas para proteger nuestra privacidad y autonomía digital?